PREMATRIMONIALES:
La Iglesia opina que la virginidad es el
ideal del ser total y de la integridad. La entrega de nuestro cuerpo a alguien
expresa un compromiso absoluto. Esta unión sólo es verdadera y significativa
después de que estemos sacramental, legal, social, emocional y espiritualmente
comprometidos en el matrimonio.
DURANTE EL MATRIMONIO:
La Iglesia nos enseña que Dios creo al
hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, por lo que todo o que creo era
bueno. Por ello la Iglesia opina que el sexo es algo bueno, siempre que se
cumpla en el matrimonio.
Esto lo considera porque el acto sexual
es el momento en el que la pareja se une en la mayor intimidad posible y en la
que en algunos casos, se genera una vida humana.
Por tanto la Iglesia no considera al sexo
como pecaminoso o como un obstáculo para una vida plena en la gracia, siempre y
cuando se mantenga en el matrimonio.
POSTMATRIMONIALES:
El divorcio es una ofensa grave a la ley
natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de
vivir juntos hasta la muerte. El hecho de contraer una
nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la
ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio
público y permanente.
Por ello la Iglesia dice que mantener
relaciones sexuales después del divorcio es cometer adulterio, es decir, está
en contra de ello.
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